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La celebración de la paz
El momento que vive Colombia luego del acuerdo de los últimos puntos de la agenda de La Habana invita a reflexionar sobre las necesidades de comprensión de una situación histórica que ya comenzó.
Es indispensable asumir el reto de entender que las FARC-EP después de décadas de ser un movimiento armado antisistémico, se transformarán de manera paulatina, en un movimiento político y social no armado y sistémico. Este paso trascendental ahora significa para todos los colombianos un tiempo de comprensión, prudencia y aprendizaje en el que se acepte que las FARC-EP publiciten sus objetivos de transformación social desde nuevos escenarios de reconciliación política y se les consienta, con todas las garantías, para ganar la base social electoral con la que hoy no cuentan.
Será un proceso de muchos años, con diversos resultados posibles: por un lado pueden tener éxito y continuar en la escena política legal o un rotundo fracaso que los lleve a su disolución total o, en el peor de los casos, a la reactivación de la vía armada. La primera opción favorece que un sector de colombianos, el que hoy no es cuantificable, se exprese de manera democrática desde una visión de cambio distinta al modelo tradicional.
Hay ejemplos positivos como el del FMLN en El Salvador, desde la firma de los acuerdos de paz en 1992 hasta su llegada al poder presidencial en el 2009 y negativos como aquí en Colombia, con el fracaso, por lo menos electoral, del M-19 y su desaparición como fuerza política autónoma, o como el traumático reinicio de la guerra armada en 1992 por la UNITA en Angola.
Por supuesto, como en los países que firmaron un acuerdo de paz en los últimos treinta años, habrá un periodo de frustraciones e incomprensiones, en parte porque no será fácil involucrar en las soluciones a quienes creen que no fueron parte activa ni responsable del conflicto armado; pero sobretodo, como en el caso colombiano, a las elites culpables de los conflictos no visibles pero igualmente violentos que se apropiaron de la totalidad de la alta burocracia del Estado y de sus fondos públicos, y que a través de sus gremios económicos dictaron las medidas económicas que trajeron una mayor desigualdad. Los mismos que firmaron tratados comerciales y acuerdos internacionales que acabaron con el sector productivo.
Mucho menos de quienes por indiferencia, cobardía u omisión, confundieron la inseguridad con la violencia y destinaron parte de sus esfuerzos en refugiarse en la comodidad de sus mansiones entre rejas y guardianes, mientras el país se desangraba con matanzas iguales o más terribles que las vividas por las dictaduras militares del cono sur, las guerras civiles de Centroamérica o las democracias simuladas en todo el continente.
Por Mario Ramírez-Orozco
Profesor del Doctorado en Educación y Sociedad de la Universidad de La Salle
Fuente: http://bit.ly/2b3v3tD